jueves, 27 de marzo de 2014

ABAIN T7 - De fuentes y méritos

Unos breves comentarios al hilo del tema de la documentación científica:

En primer lugar, con respecto a la documentación científica como fuente de información (que es, obviamente,  el aspecto de la misma con la que estoy más familiarizada):

- Me llama la atención que la estructura de los papers, sea cual sea la metodología,  disciplina, objeto de investigación,  etc., sea siempre la misma. ¿Quién ha decidido/demostrado que ésa y no otra es el mejor vehículo para plasmar y transmitir los resultados de la investigación científica? Claro que puede que no tenga tanto que ver con la idoneidad del formato en sí (aunque reconozco la evidente lógica inherente al mismo) como con la utilidad de que exista, por convención, un formato uniformado, fácilmente reconocible y replicable por todos.

- Llego a la conclusión de que, en esta etapa primigenia, la fuente secundaria VITAL para mí es la bibliografía recogida en los propios artículos académicos.  Así, de una fuente primaria salto a otra, en un recorrido expansivo que va construyendo mi conocimiento sobre el tema de mi tesis en crecimiento exponencial. No hace ni diez días que una de mis directoras me comentó: "Aham, ya veo en que fase estás. En la de acumulación indiscriminada de informacion y consiguiente aturdimiento.  Ahora te toca filtrar y centrar el tiro. ¡Está muy bien, vas progresando!"

- El Social Science Citation Index es LA BIBLIA. No especialmente como instrumento de recuperación de información,  sino más bien como indicador de la relevancia (el impacto) de las publicaciones. Las primeras veces que oí hablar de JCR pensaba que la gente de mi departamento hablaba en código...

Lo cual me lleva al siguiente aspecto que quería comentar: la documentación científica como indicador del mérito profesional.

- Leo en uno de los textos: "the goal of scientific research is publication". Ostras, y yo que pensaba que era obtener conocimiento... Entiendo la argumentación que se ofrece en otra de las lecturas y que explica cómo para que dicho conocimiento se genere, es imprescindible que se comuniquen los hallazgos. Pero de ahí a convertir el MEDIO en el FIN absoluto...

- Una vez más,  me maravillo ante las posibilidades que ofrece Internet. La difusión del conocimiento científico,  esencial para evitar duplicidades y para promover más investigación y más conocimiento, se mueve hoy a una velocidad de vértigo en comparación con etapas anteriores. Como siempre, lo que supone una ventaja también trae riesgos; y en este sentido, quizás se tenga que hacer un mayor esfuerzo que antes para evitar caer en el aturdimiento que mencionaba...

martes, 18 de marzo de 2014

ABAIN T6 - Por qué la ciencia económica ortodoxa podría ser un oxímoron

La entrada anterior ya ofrecía ciertas pistas con respecto a mi sensación generalizada de desilusión frente a mi experiencia universitaria y su manifiesta incapacidad (o la mía, quizás) para contribuir a mi proceso de aprendizaje.

Centrando un poco el tiro, me gustaría ahora compartir mis impresiones sobre la formación que recibí en el campo de la ciencia económica. Ya dejé ver anteriormente la existencia de una lógica dominante en torno a la cual se articula todo el pensamiento económico "importante". Incluso en aquellos tiernos años, con la increíble variedad de asuntos extra-adémicos que reclamaban nuestra atención y toda nuestra ingenuidad al servicio de la pasividad y el conformiso, éramos capaces de vislumbrar un sesgo en aquello que nos contaban y de intuir ciertos absurdos en los planteamientos con los que nos bombardeaban.

Había algo particularmente molesto: la proliferación de lugares comunes que se nos antojaban perfectamente arbitrarios y el patente reduccionismo de los supuestos de los que partía la teoría económica para elaborar su modelos.

Aaaaah, esos modelos. Allí se concentraba toda la obsesión de nuestra formación en micro y macroeconomía: en dominar la formulación de modelos diseñados por otros a los que se les atribuían cualidades poco menos que milagrosas. Gracias a estos MODELOS podíamos EXPLICAR y PREDECIR la REALIDAD económica, y por lo tanto, TOMAR DECISIONES de política económica adecuadas para la consecución de este u otro objetivo.

Recuerdo que había una expresión que nos parecía de los más hilarante: aquélla de "ceteris paribus". Nos encantaba cómo todo feliz recorrido de equibrio eficiente a equilibrio eficiente propuesto por aquellos benditos modelos dependía de cambios de ciertas variables permaneciendo constante todas las demás. De lo más realista. Como realistas también eran los anteriormente mencionados supuestos de partida: aquella racionalidad del homo economicus que manifiesta en todo caso ese mítico comportamiento optimizador (maximizador: del beneficio, de la utilidad...)

Que no se me malintrepete. Me gustaban los modelos. Me GUSTAN, de hecho. Son un ejercicio intelectual maravilloso. Un juego muy entretenido que sin lugar a dudas puede contribuir al desarrollo de las capacidades críticas, al predisposición hacia actitudes del tipo "¿y si...?" que tan fructíferas (y necesarias) son para el avance del conocimiento científico. El problema, tal y como yo lo veía, era que NUNCA se nos animó a la interacción creativa en relación con dichos modelos, sino que únicamente se nos instruía para la asimilación y reproducción de lo ya propuesto por "la autoridad competente" en cada caso. Lo cual, como ya he dicho, me dejaba más bien fría y me generaba una reacción de profundo desiterés y rechazo. Es muy curioso cómo mi paso por la universidad aniquiló mis ganas de aprender sobre la materia en la que había elegido formarme.

Quizás esté exagerando. Lo cierto es que, a pesar de saberme una analfabeta en lo que a saber económico se refiere (y de experimentar no poca vergüenza por ello), de manera intermitente resurgía en mí el interés por el tema. Bastante tiempo después de terminar la carrera, me topé con el libro de José María Cabo, La economía como ideología. Mitos, fantasías y creencias de la "ciencia" económica. Me considero totalmente incapaz de emitir un juicio al respecto de la tesis presentada por el autor, pero lo que sí sé es que la propuesta, cuando menos, me atrajo. A través de esta obra llegué a la noción de "economía crítica". Me llevé una agradable sorpresa al ver cómo todas aquellas ideas que barruntábamos en nuestros sufridos tiempos de estudiantes habían sido enunciadas con una claridad envidiable por personas de dentro del campo. Por poner unos pocos ejemplos:
  • "(...) gran parte de las propuestas de la economía teórica pueden ser catalogadas como esquemas especulativos sin sostén empírico y sin apoyo en las ciencias vecinas." (Filosofía de la economía, Alfons Barceló)
  • "Este reduccionismo (...) viene acompañado por un sistema de razonamiento fragmentario regido la lógica unidimensional del beneficio, aunque este estrechamiento conceptual coexiste con una creciente sofisticación  de las formulaciones y de los instrumentos (...)." (La economía crítica y solidaria, Ángel Martínez González-Tablas y Santiago Álvarez Cantalapiedra)
  • "Todos esos resultados [ofrecidos por los modelos] se habrán obtenido mediante razonamientos que acaban siendo simples juegos de lógica formal en un terreno que está totalmente alejado de la realidad (...)." (Ricardo Molero Simarro: fuente)
  • "La debida reverencia señala o apunta a la existencia de una jerarquía en el conocimiento sustentada no ya en la lógica misma del conocer, sino en el autoritarismo intelectual de las corrientes de pensamiento dominantes." (La economía como ideología, José María Cabo)

De estas acusaciones se extrae una inevitable conclusión. Si, de acuerdo con las mismas, la ciencia económica ortodoxa a) prescinde del rigor del método científico basado en la observación y el empirismo, b) está tan manifiestamente desvinculada de la realidad, y c) no plantea un cuestionamiento a la autoridad científica... sólo cabe afirmar que no puede, de ninguna manera, considerarse como tal (es decir, como ciencia).

Quizás tamaña irreverencia sea injustificada o quizás no (como ya he dicho, no me atrevo a emitir juicios categóricos al respecto). Pero sí tengo clara una cosa: la hegemonía de cierto pensamiento económico existe, acercándose peligrosamente (si es que no está asentada ya) al terreno del pensamiento único. Y me resulta inconcebible que dicha circunstancia pueda estar justificada en aras del saber.

domingo, 16 de marzo de 2014

ABAIN T3 - La pregunta es el motor

Hace muy poco que me he enfrentado a mi primera experiencia docente. La actitud con la que me aproximé a ella fue parecida a la que adopto, en general, cada vez que me toca enfrentarme a un reto novedoso, con una predisposición despreocupada rayana en la pura inconsciencia. Ni en sueños habría imaginado la cantidad y la magnitud de los descubrimientos (técnicos, emocionales, vitales y de otros tipos) que iba a reportarme.

Uno de estos descubrimientos tuvo lugar en el momento en que, preparando una sesión sobre conceptos económicos fundamentales, supe que lo que yo venía entendiendo por “la mano invisible de Adam Smith” (esto es, uno de tales conceptos básicos, fundamentales y “fundacionales”) no es una expresión atribuible al señor en cuestión. Por lo menos, no en el sentido en que se entiende, se utiliza y se transmite por los economistas.

Es muy cierto que el filósofo escocés dejó constancia de su creencia en el poder autorregulador del libre mercado, en el que, a través de la libre concurrencia de la oferta y la demanda, los individuos que persiguen su propio interés impulsan (en muchas ocasiones) la consecución del máximo bienestar general. También es cierto que el término “mano invisible” aparece en varias obras de Adam Smith. Ahora bien, en ninguna de ellas se utiliza como metáfora de dicha capacidad autorreguladora del mercado.


Entiendo que la cuestión de la importancia de esta imprecisión terminológica es debatible. De hecho, se puede argumentar (y se hace) que el uso restringido de la metáfora que realizó Smith es perfectamente ampliable y válido para ilustrar lo que hoy se considera uno de los pilares del pensamiento neoliberal dominante. Claro que también pueden expresarse cierta preocupación por las implicaciones que puedan derivarse de esta notación tan extendida (convertida poco menos que en dogma de fe).

En cualquier caso, a mí me resulto tremendamente chocante que NUNCA, jamás de los jamases, en los cinco cursos que conformaron mi licenciatura en administración y dirección de empresas, oyera/leyera nada sobre este asunto (y, en cambio, los postulados neoliberales que se basan en dicho concepto fueran el pan de cada día de las clases de economía). Claro que, pensándolo mejor, tampoco es un hecho tan sorprendente. Mi principal queja cuando se me pregunta por mis años de universidad toma siempre esta expresión: “Mutilaron mi creatividad.” Al evocar las tediosas horas de clase (y sé que, probablemente, estoy siendo injusta con una minoría de profesores), mis recuerdos representan a un señor serio y vetusto vomitando “verdades” sobre nuestras conciencias anestesiadas, nunca deteniéndose a preguntarnos (o a preguntarse): “¿qué podríamos argumentar en contra/a favor de esto?”; “¿POR QUÉ?”. Estoy segura, además, de que este triste panorama no es exclusivo ni de mi centro de enseñanza ni de mi área de especialidad ni del nivel de estudio que estaba cursando en ese momento.

Solo se me ocurre un motivo por el que el sistema educativo perpetúa este modus operandi: el total desinterés por que los estudiantes aprendan. La confianza ciega en la autoridad de las verdades que se divulgan, la inhibición del espíritu crítico y de la originalidad, si bien fueron actitudes deseables (y seguramente coherentes) allá por el Renacimiento, no pueden sostenerse como compatibles con el desarrollo del conocimiento científico. El mismo requiere de un estado permanente de búsqueda. De replanteamiento. De cuestionamiento. La pregunta, en fin, es el motor del conocimiento científico.

Por eso me gustaría, en el curso de la docencia que pudiera estar por venir, ser capaz de transmitir esa idea. He repetido mucho: “No os creáis esto que os dicen.” “Ni siquiera creáis lo que yo estoy diciendo.” “Dudad.” “Buscad.” No creo que haya tenido mucho éxito, pero todavía estoy empezando. Soy optimista.

Me pregunto, sin embargo, por qué algo tan sumamente obvio como la necesidad de desarrollar la capacidad de observación y cuestionamiento para formar espíritus investigadores tiene tan poco eco. Quizás sea porque, como le comenta Alberto Knox a Sofía en el libro más famoso de Jostein Gaarder, “los que preguntan son siempre los más peligrosos”.

viernes, 14 de marzo de 2014

En qué me he metido... (ballenas blancas)

La verdad, es algo que aún no tengo claro. Y tampoco espero tenerlo en un futuro próximo. Lo cual no me angustia especialmente. Estoy aprendiendo a gestionar bastante bien el arte de moverme en la incertidumbre. Y de disfrutar, pasito a pasito, de la aventura.

Como Ahab (pero sin el transfondo angustioso-dramático), capitaneo mi barco hacia un destino incierto pero lleno de vicisitudes. Mi ballena blanca particular: la TESIS. Imponente, legendaria... monstruosa. Me acecha de las profundidades. Y yo  la persigo. La presiento, amenzadora, pero aún no la vislumbro.

Poco sé de ella. La carta de navegación señala las coordenadas que delimitan su hábitat: innovación abierta, innovación organizativa, modelo de negocio... Como precedente de esta aventura, tengo la experiencia vivida en una expedición anterior. Con este intrumental, esbozo una tentativa de perfil de mi monstruo marino:

¿De qué manera las empresas generan y capturan valor a partir de sus prácticas de innovación; en particular, de sus prácticas de innovación abierta (de carácter tecnológico, principalmente) y de innovación organizativa (ya sea en un proceso cerrado o abierto)? ¿Qué relación existe entre ambos conceptos de innovación; existe algún tipo de "efecto de optimización" entre ambos?

A ella, pues, ha de apuntar la brújula; a ella he de llegar. Pero no sé por dónde.

Así se plantea, grosso modo, el viaje que comienzo. En esto me he metido. Ya veremos por dónde se van desarrollando los acontimientos de este periplo épico. Y con quién me voy encontrando por el camino (me han llegado noticias de que estos mares que surco albergan también los navíos de otros intrépidos aventureros).

Este diario de a bordo nace con la idea de dar cuenta de todo ello.

Departure of the Winged Ship, de Vladimir Kush

Mi tripulación y yo nos hacemos a la mar. Suelten amarras. ¡Allá vamos!