martes, 18 de marzo de 2014

ABAIN T6 - Por qué la ciencia económica ortodoxa podría ser un oxímoron

La entrada anterior ya ofrecía ciertas pistas con respecto a mi sensación generalizada de desilusión frente a mi experiencia universitaria y su manifiesta incapacidad (o la mía, quizás) para contribuir a mi proceso de aprendizaje.

Centrando un poco el tiro, me gustaría ahora compartir mis impresiones sobre la formación que recibí en el campo de la ciencia económica. Ya dejé ver anteriormente la existencia de una lógica dominante en torno a la cual se articula todo el pensamiento económico "importante". Incluso en aquellos tiernos años, con la increíble variedad de asuntos extra-adémicos que reclamaban nuestra atención y toda nuestra ingenuidad al servicio de la pasividad y el conformiso, éramos capaces de vislumbrar un sesgo en aquello que nos contaban y de intuir ciertos absurdos en los planteamientos con los que nos bombardeaban.

Había algo particularmente molesto: la proliferación de lugares comunes que se nos antojaban perfectamente arbitrarios y el patente reduccionismo de los supuestos de los que partía la teoría económica para elaborar su modelos.

Aaaaah, esos modelos. Allí se concentraba toda la obsesión de nuestra formación en micro y macroeconomía: en dominar la formulación de modelos diseñados por otros a los que se les atribuían cualidades poco menos que milagrosas. Gracias a estos MODELOS podíamos EXPLICAR y PREDECIR la REALIDAD económica, y por lo tanto, TOMAR DECISIONES de política económica adecuadas para la consecución de este u otro objetivo.

Recuerdo que había una expresión que nos parecía de los más hilarante: aquélla de "ceteris paribus". Nos encantaba cómo todo feliz recorrido de equibrio eficiente a equilibrio eficiente propuesto por aquellos benditos modelos dependía de cambios de ciertas variables permaneciendo constante todas las demás. De lo más realista. Como realistas también eran los anteriormente mencionados supuestos de partida: aquella racionalidad del homo economicus que manifiesta en todo caso ese mítico comportamiento optimizador (maximizador: del beneficio, de la utilidad...)

Que no se me malintrepete. Me gustaban los modelos. Me GUSTAN, de hecho. Son un ejercicio intelectual maravilloso. Un juego muy entretenido que sin lugar a dudas puede contribuir al desarrollo de las capacidades críticas, al predisposición hacia actitudes del tipo "¿y si...?" que tan fructíferas (y necesarias) son para el avance del conocimiento científico. El problema, tal y como yo lo veía, era que NUNCA se nos animó a la interacción creativa en relación con dichos modelos, sino que únicamente se nos instruía para la asimilación y reproducción de lo ya propuesto por "la autoridad competente" en cada caso. Lo cual, como ya he dicho, me dejaba más bien fría y me generaba una reacción de profundo desiterés y rechazo. Es muy curioso cómo mi paso por la universidad aniquiló mis ganas de aprender sobre la materia en la que había elegido formarme.

Quizás esté exagerando. Lo cierto es que, a pesar de saberme una analfabeta en lo que a saber económico se refiere (y de experimentar no poca vergüenza por ello), de manera intermitente resurgía en mí el interés por el tema. Bastante tiempo después de terminar la carrera, me topé con el libro de José María Cabo, La economía como ideología. Mitos, fantasías y creencias de la "ciencia" económica. Me considero totalmente incapaz de emitir un juicio al respecto de la tesis presentada por el autor, pero lo que sí sé es que la propuesta, cuando menos, me atrajo. A través de esta obra llegué a la noción de "economía crítica". Me llevé una agradable sorpresa al ver cómo todas aquellas ideas que barruntábamos en nuestros sufridos tiempos de estudiantes habían sido enunciadas con una claridad envidiable por personas de dentro del campo. Por poner unos pocos ejemplos:
  • "(...) gran parte de las propuestas de la economía teórica pueden ser catalogadas como esquemas especulativos sin sostén empírico y sin apoyo en las ciencias vecinas." (Filosofía de la economía, Alfons Barceló)
  • "Este reduccionismo (...) viene acompañado por un sistema de razonamiento fragmentario regido la lógica unidimensional del beneficio, aunque este estrechamiento conceptual coexiste con una creciente sofisticación  de las formulaciones y de los instrumentos (...)." (La economía crítica y solidaria, Ángel Martínez González-Tablas y Santiago Álvarez Cantalapiedra)
  • "Todos esos resultados [ofrecidos por los modelos] se habrán obtenido mediante razonamientos que acaban siendo simples juegos de lógica formal en un terreno que está totalmente alejado de la realidad (...)." (Ricardo Molero Simarro: fuente)
  • "La debida reverencia señala o apunta a la existencia de una jerarquía en el conocimiento sustentada no ya en la lógica misma del conocer, sino en el autoritarismo intelectual de las corrientes de pensamiento dominantes." (La economía como ideología, José María Cabo)

De estas acusaciones se extrae una inevitable conclusión. Si, de acuerdo con las mismas, la ciencia económica ortodoxa a) prescinde del rigor del método científico basado en la observación y el empirismo, b) está tan manifiestamente desvinculada de la realidad, y c) no plantea un cuestionamiento a la autoridad científica... sólo cabe afirmar que no puede, de ninguna manera, considerarse como tal (es decir, como ciencia).

Quizás tamaña irreverencia sea injustificada o quizás no (como ya he dicho, no me atrevo a emitir juicios categóricos al respecto). Pero sí tengo clara una cosa: la hegemonía de cierto pensamiento económico existe, acercándose peligrosamente (si es que no está asentada ya) al terreno del pensamiento único. Y me resulta inconcebible que dicha circunstancia pueda estar justificada en aras del saber.

1 comentario:

  1. Sobre esto hablamos en la tertulia del viernes. Es pertinente el comentario que le he dejado a Nayim en su entrada. En vez de copiarlo te redirijo a el: http://suzumush.blogspot.com.es/2014/03/ciencia-construccion-social-e-impostura.html#comment-form

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